lunes, 24 de abril de 2017

Cuando el adolescente está "más nervioso de lo normal"

Imagina que estás nadando plácidamente en el mar , relajado y sin preocupaciones. De repente ves una aleta de tiburón a lo lejos. Tus músculos se tensan, todos tus sentidos se activan en busca de un lugar seguro, y tu sistema locomotor se pone en marcha de  forma que  nadas a una velocidad para la que ignorabas que estuvieras preparado.  Consigues llegar a un barco y te pones a salvo. Durante un tiempo tu cuerpo y mente siguen en modo “alerta”, preparados por si vuelve el peligro, por lo que  no vuelves a estar relajado hasta pasado un tiempo prudencial. 



Shutterstock


La ANSIEDAD es la respuesta natural del organismo cuando se siente amenazado. Permite que todos nuestros recursos estén preparados para solventar una situación de peligro, por tanto cumple una función adaptativa y necesaria. El problema surge si la ansiedad se activa, o se mantiene, cuando no hay ningún elemento de riesgo: 
Estás solo en la piscina de tu casa, 
y por tanto no hay posibilidad alguna de que aparezca un tiburón…
 pero sin embargo tu cuerpo y tu mente están  alerta, como si algo peligroso estuviera a punto de ocurrir.
La adolescencia es una época de cambios físicos y psicológicos que genera inseguridad, necesidad de aprobación, de pertenencia al grupo e inestabilidad emocional. Es algo necesario y pasajero, que prepara al niño para pasar a la vida adulta. Surgen comportamientos y reacciones que a muchos padres sorprende, asusta y enfada, y que también implica un proceso de adaptación para ellos, pues ya no tienen a un niño “manejable” entre manos . Es una época en la que, aparte de seguir formándolos igual o más que antes, en vez de preocuparnos, debemos ocuparnos en que los niños sigan su rumbo con buenas guías. 

Cuando el adolescente está “más nervioso de lo normal”

Sin embargo algunos niños viven estos cambios con excesiva angustia, por lo que se incrementa el riesgo de que aparezca la ansiedad patológica. Solo un profesional puede hacer un diagnóstico de un trastorno de ansiedad, pero hay algunas pistas que nos pueden servir de aviso: excesiva irritabilidad y cambios de humor, descenso brusco del rendimiento escolar, evitación de situaciones en las que antes disfrutaba, nervios exagerados ante exámenes, preocupaciones infundadas, palpitaciones, frecuentes dolores de cabeza y de barriga, tics, tensión muscular… 

Existen unos factores de personalidad previos que favorecen que esto ocurra a unas personas y a otras no. Pero igual de importante que estos, son algunos aspectos externos que debemos cuidar para prevenir:

  • Vivimos en una sociedad tan competitiva, que muchos adultos ejercen  una excesiva exigencia sobre los niños, porque creen que es la manera de asegurarles el éxito futuro.  Debemos recordar que la perfección no existe, así que no podemos pretender tener hijos perfectos. Además uno de los valores que facilitan la salud emocional es la flexibilidad, cualidad que suele olvidarse cuando se pretende tener todo bajo control.
  • Involuntariamente muchos adultos transmitimos nuestros miedos a nuestros hijos, por lo que ellos perciben el mundo como algo peligroso. Todos estamos de acuerdo en que hay peligros con los que antes no contábamos, pero no se puede vivir temeroso. Deben ser prudentes pero no miedosos. 
  • Aprendemos a relacionarnos con los demás a través de la experiencia y del modelado, es decir,  observando como se relacionan nuestras personas de referencia. En la medida en que vamos desarrollando nuestras habilidades sociales, vamos creando y manteniendo valiosas relaciones. Esto constituye una fortaleza para afrontar la adolescencia, época de turbulencias también en lo que a relaciones sociales se refiere. 
  • Cuantas veces, ante emociones muy negativas, se invita a los niños a ser fuertes y “no llorar”. Evitar expresar lo que uno siente no es ser fuerte. Ser fuerte es aguantar el chaparrón y ser capaz de salir lo mejor posible, pero para ello muchas veces hace falta pedir ayuda. Si no se les anima a expresar sus emociones, ¿como van a pedir ayuda? Ocurre mucho en esta época, que el adolescente lo esté pasando mal, y solo nos damos cuenta cuando “explota”.  No se trata de fomentar la queja constante, pero existe un termino medio muy sano: tener la seguridad y la confianza de contar tu malestar a personas cercanas, y ello hay que fomentarlo desde la infancia. 

Cuando en un adolescente se detecta un  trastorno de ansiedad, es importante no pasarlo por alto, y pedir ayuda profesional, así evitamos que se cronifique o desemboque en otro tipo de trastorno. Generalmente se trata con terapia cognitiva- conductual, acompañada a veces por tratamiento farmacológico durante un tiempo. Mediante esta terapia, se  enseña y se practican técnicas para controlar los factores personales que desencadenan la ansiedad, así como a calmarla en caso de que aparezca. A muchos padres les cuesta dar el paso de pedir ayuda psicológica, pero la realidad es que un niño o adolescente que aprende herramientas para afrontar la ansiedad, ha adquirido algo muy valioso para toda la vida. De hecho cada vez hay más colegios que se están formando para enseñar como gestionar emociones a los niños, algo que para la vida es igual o más importante que las matemáticas… 
Todos los que trabajamos con familias, observamos que muchos padres se sienten culpables cuando aparece un trastorno psicológico. Este sentimiento se da especialmente en los padres que están muy pendientes de la educación de sus hijos. Nadie nos enseña a ser padres, y la mayoría intenta cuidar y criar a sus hijos de la mejor forma posible, pero hay muchas variables a controlar, y los padres perfectos tampoco existen. Así que fuera culpas y a poner remedio. ¡Todo tiene solución!




No hay comentarios: